viernes, 24 de septiembre de 2010

La Bestia

Después de un largo día de trabajo, cansada, Juana llega a su casa en el barrio de Soldati.
La televisión en blanco y negro funciona al máximo y tapa el llanto del pequeño que está en el cuarto de atrás. No hay silencio.
En el balcón, Alberto, construye una silla.
Apenas escucha el ruido de la puerta entra en la casa. Mira a Juana con una mueca despectiva. Eran más de las siete de la tarde.
Sin dejar hablar a Juana, Alberto pone su mano sobre ella, apretándola fuerte.
Miles de preguntas salen de su boca: ¿Qué es ese perfume? ¿Por qué llegaste tan tarde? ¿No vas a empezar a hacer la comida? ¡Inútil! ¿No ves que no servís para nada? Y un puño cerrado cayó sobre la cara de la pobre mujer. No atinó a decir nada.
Solo cayó, sangrando, al suelo.
El llanto aumentaba. Las manos del hombre tiraron al suelo la lámpara. El olor a alcohol que salía de su boca hacían recordar a Juana malos momentos.
Las puntas de los zapatos de hunden en el estomago de la mujer, agonizante. Y el martillo que Alberto tenía en la mano dio el último golpe seco sobre el lastimado cráneo.
Lo último que Juana escuchó fue el llanto, el llanto del nene que ella no vería crecer. Ese niño que la bestia también atacaría, mas tarde.

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